La sociedad del espectáculo: Deconstruyendo la dignidad humana
Felipe Sánchez Iregui
11/12/20255 min read
La sociedad del espectáculo: Deconstruyendo la dignidad humana
Hace unos días vi un video. No el de la pareja que, según los medios y las redes, mantenía relaciones sexuales en una habitación —a ese ya nos tienen acostumbrados—, sino otro. Uno que desinforma.
Uno donde periodistas, comentaristas e incluso abogados —con tonos de superioridad moral— especulan, interpretan y exponen como si se tratara de un juicio mediático: “¿Qué delito cometió quien compartió este video íntimo?”, preguntan, refiriéndose al caso de la influencer venezolana y el cantante colombiano.
Y ahora, en Colombia, miles opinan. Algunos horrorizados. Otros burlones. Muchos diciendo: “Se lo buscaron… ¿para qué se grabaron?”. Incluso otros, fríamente: “Es puro marketing”.
No era pornografía. Era intimidad. Y ahora es espectáculo.
La Fiscalía dice que la divulgación sin consentimiento de este tipo de videos por una de las partes constituye “injuria por vías de hecho”. Algunos abogados lo apoyan. Otros hablan de “violación de datos personales”.
Pero no se engañe apreciado lector: son solo interpretaciones forzadas. Intentos desesperados por encajar un acto dentro de un delito que trasciende cualquier categoría legal vigente en nuestro país.
¿Injuria por vías de hecho? ¿Entonces debe perseguirse por este delito penalmente a quien, desde su ventana con la cortina abierta, filma a alguien durmiendo en su casa y lo sube con el título: “Ahí lo tienen otra vez, mi vecino, ¿en acción” -¿O a quien, siendo invitado en una casa ajena, graba a un niño llorando mientras su madre lo reprende, y lo etiqueta como: “¡Madre consentidora o alcahueta!”?
No. Eso no es injuria. Es invasión. Es violación sistemática de la intimidad. Y nuestra legislación —hasta hoy— no lo tipifica como delito.
¿Violación de datos personales? ¿Y si no hay lucro económico? ¿Si no hay extorsión? ¿Si el único propósito es causar vergüenza, humillar, exponer?
Entonces, ¿cuándo empezamos a vender nuestras lágrimas en el mercado de la información?
¿Cuándo el sexo consensuado entre adultos se convirtió en un “dato personal” cuya protección depende únicamente de si alguien obtiene beneficio con él?El caso de la influencer venezolana y el cantante colombiano no es el de la Sister Hong, que grababa ocultamente a sus huéspedes y vendía los videos. Aquí no hubo comercialización. Solo exposición. Solo crueldad.
En casos extremos, estas intrusiones llevan a que la mujer sea estigmatizada —sin razón alguna, pues toda persona adulta tiene derecho a decidir si se graba o no en su intimidad, y eso no es deshonroso—, pierde su trabajo, su paz. El hombre deja de salir a la calle. La pareja se rompe. La confianza se desvanece. Y alguien —una joven de 20 años, por ejemplo— se quita la vida porque su ex subió un video que ella creyó seguro.
Mientras tanto, el que subió el video sigue vivo.
Con sus likes.
Sin una multa.
Sin una llamada de autoridad.
Sin una pregunta.Hace seis años, siendo director del Observatorio de Redes Sociales de la Universidad Sergio Arboleda, alerté: “Colombia no tiene un delito específico para esta forma de violación a la intimidad.”
Seis años.
Seis años de casos.
Seis años de suicidios.
Seis años de silencios.
Seis años de proyectos de ley atrapados en cajones legislativos.Hoy hay nuevas propuestas en el Congreso: una que impone hasta 10 años de prisión; otra que reconoce el “derecho al olvido”; otra que lo llama violencia sexual cibernética. Pero todos, estancados en la burocracia, mientras países como México, Argentina, Perú y Uruguay (entre otros) ya tienen normas explícitas contra la divulgación no consensuada de contenido íntimo —no por lucro, no por extorsión, sino simplemente por el deseo de dañar, avergonzar, o humillar.
No necesitamos más estudios. No necesitamos más derecho comparado. No necesitamos forzar interpretaciones legales que no encajan.
La injuria protege el honor. Pero aquí no se trató de deshonrar. Se trató de violación de la intimidad. Porque no es deshonroso filmarse con tu pareja —aunque en estos tiempos sea riesgoso—.
Necesitamos que alguien en el Congreso levante la mano y diga:
“Esto es violencia. No solo contra las mujeres —también lo es contra los hombres—. Y aquí, en Colombia, no vamos a dejar que siga pasando.”
No es un tema de género.
Es un tema de humanidad.No es un asunto técnico de procedimientos legislativos. Ya pasó a ser un tema de coraje. De falta de compromiso. De cobardía institucional. De ausencia de voluntad política.
¿Qué acciones legales tienen las víctimas hoy?
Existe la acción de tutela para pedir la eliminación del contenido, pero, tristemente, se convierte en un saludo a la bandera: ya que si alguien lo descargó, puede volver a subirlo.
Existe también la acción de responsabilidad civil extracontractual para reclamar indemnización por perjuicios. Pero deben probarse el daño, la culpa y el nexo causal entre la divulgación y el sufrimiento. Y muchas veces, las víctimas están tan heridas emocionalmente y temen ser revictimizadas por los medios o las redes, que prefieren callar.Desde Conexión Consciente, quiero invitarlos a una reflexión final:
¿De qué sirve, o en qué enriquece la construcción de una sociedad mejor, compartir y celebrar este tipo de videos?
En la sociedad contemporánea, tal como lo describió Guy Debord, vivimos bajo el imperio del espectáculo: todo se convierte en imagen, todo se vende, todo se consume. Los sufrimientos humanos, las caídas, los gritos, las lágrimas… se transforman en contenido para alimentar el algoritmo.
Y quien comparte ese contenido —aun sin intención maliciosa— se convierte en cómplice activo de una economía del dolor.
Cuando compartimos un video de alguien llorando en la calle, de un empleado humillado por su jefe, de una persona en crisis mental expuesta a cientos de comentarios burlones…
No estamos informando. Estamos exhibiendo.Y en esa exhibición, se borra la línea entre víctima y objeto, se pierde la humanidad que muchas veces se reduce a un meme, a un chiste, a un click.
Sociológicamente, este fenómeno es una forma de violencia simbólica (Bourdieu): no hay golpes físicos, pero sí una violencia más sutil y devastadora: la de negar la dignidad, la de convertir la intimidad en propiedad pública, la de normalizar la exposición forzada como entretenimiento.
Al hacerlo, reforzamos una cultura donde:
El sufrimiento ajeno es recurso consumible.
La vergüenza pública es premiada con likes.
La empatía es reemplazada por la curiosidad morbosa.
La responsabilidad colectiva se disuelve en la anonimia de los perfiles.
¿Qué construye una sociedad mejor?
Una sociedad mejor no se edifica con virales, sino con conexiones conscientes. No con el ruido, sino con el silencio respetuoso.
No con la exposición, sino con la protección.
No con la risa cómplice, sino con la compasión silenciosa.Compartir un video así:
→ No enriquece.
→ No enseña.
→ No cura.
→ No transforma.
→ No genera justicia.
→ No fortalece la comunidad.Pregúntate:
¿Qué pasaría si ese fuera tu hijo, tu madre, tu hermana, o tú mismo?No necesitas ser héroe para ser humano, solo recordar que detrás de cada video viral hay una persona que sufrió… y quizás, nunca se recuperó.
La verdadera revolución digital no está en lo que compartes…
…está en lo que decides no compartir.Elegir no compartir este tipo de videos es elegir humanidad.
Para quienes deseen profundizar:
Si quieres entender por qué este tipo de conductas no pueden enmarcarse adecuadamente en la injuria por vías de hecho, ni en la violación de datos personales, puedes ver el análisis jurídico completo aquí
* Conexión Consciente es una comunidad a la que lo invitamos a sumarse y que tiene un objetivo claro: inspirar a las personas a reflexionar sobre cómo implementar procesos de comunicación asertiva y el uso adecuado de las redes sociales, para fomentar un uso más responsable, empático y positivo del entorno digital.
Contacto
Hablemos para ayudarte a crecer juntos.
Redes
Legal
whatsApps+57 3122269645
© 2025. All rights reserved.
